domingo, 7 de agosto de 2016

CALLE PACÍFICO, de Victoria González Sánchez

Mi madre cogía cualquier trozo de tela de color liso que caía en sus manos, señalaba el centro y comenzaba a bordar por una esquina hasta que dejaba su idea confeccionada con hilos de colores. A veces realizaba collages con lápices o rotuladores y pegaba, sobre el dibujo bordado a modo de armazón, piedrecitas que teñía unas y otras dejaba en su color natural, chinitos traídos ex-profeso del Balcón de Europa (Nerja) -que era de allí, que no de otra playa, de donde tenían que ser-. Otras usaba conchitas de nácar, opérculos de búsanos o nuestros dientes de leche, un cuadro bellísimo que heredó mi hermana con los dientes de ambas formando un pequeño ramo de flores. La calle donde nació y vivió y donde solíamos pasear hasta los últimos días de su vida, la calle que guardaba los recuerdos de su juventud, la bordó con esa gracia que ella sola tenía. Sacada de "su cabeza", como solía decir, la valoraron todos mis amigos, gente del arte que elogiaban el suyo, esa intuición y ese buen gusto innato que la acompañó hasta su muerte. Anoche, y muchas noches y días, la echamos de menos. Se llamaba Victoria. Mariví Verdú