Han nacido unas rimas
para la noble palabra del orégano:
sobre la vieja mesa de camilla, sonata a cuatro manos con mi nieto.
La tarde con sus oros y sus cobres, con el gris otoñal de su silencio
ha venido a traernos, de mi madre, la esencia y la ternura: su recuerdo.
Un aroma de monte florecido
ha invadido la casa por completo.
Las manos de Daniel han recogido las hojas que cuidamos, que cosecho,
el fruto de ese arbusto achaparrado que crece en el jardín de mis ancestros. Un día de un otoño no vivido, cuando mi niño llegue a ser abuelo,
volverá la sonata de la vida,
esa canto de amor que llevas dentro,
y me regresarás, leve fragancia,
al hogar que dejé, por darme un beso.
Sábado veintiuno de noviembre de 2015
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