jueves, 9 de marzo de 2017

A MI TIA CARMELA DE CALLE SAN PABLO, por Pilar ZHeras

Por aquellos años tenía que hacer cómplices a toda la familia para que mi padre me dejara ir de viaje con el colegio, porque mi padre era difícil de convencer. Siempre tenía miedo a que pudiera pasar un accidente y quedarse sin su niña, pero yo no lo comprendía entonces, ahora sí.

Cuando comenté a mi tía Carmela la de calle san Pablo que mi padre me dejaba de ir al viaje de estudios se alegró mucho por que yo estaba muy contenta. Si alguna tarde llegaba muy cansada y me dolían los pies, ella me daba unos masajes con crema que me los dejaba nuevos, mientras me contaba mil veces las mismas historias de su recordado pueblo Dólar, que tuvo que dejar a los ocho años por que murió su padre, de la gripe. 

¿Cómo podía recordar tantas cosas de tan corta edad?. Tal vez porque fue la época más feliz de su vida. Toda su vida estuvo dedicada a trabajar por su madre y sus hermanas, a las que cuidó hasta que murieron. Una de sus hermanas era mi abuela, por eso cuando se quedó sola y enferma mi madre se la trajo a vivir con nosotros, ya que ella la había cuidado hasta que murió. Fue una verdadera alegría que mi madre trajera a vivir con nosotros a alguien tan bueno. Me parece oírla todavía con su lenguaje original, contando cosas de sus travesuras de niña como si le acabaran de pasar. Ojalá la tuviera a mi lado para contarle que he ido a su pueblo. Y que me he fotografiado frente a su casa, que he tocado el agua donde su madre lavaba la ropa en el río, y he paseado bajo los árboles que ella se subía de niña, he bebido agua en la fuente de la plaza. He cortado una rosa de cien hojas, y he comido un bizcocho como el de la receta que ella guardaba celosamente.
Era especial en todo, ¡qué manos para coser! Ni una máquina hacía las puntadas tan perfectas. Le gustaba tanto tener las manos ocupadas, esas manos con artritis, que cuidadosamente hacían ganchillo o los rosquillos más buenos, o los bizcochos más inmejorables. Era la bondad personificada. Un día la encontré en una foto antigua de un periódico, caminaba triste y vestida de negro, con una cestita en el brazo, hacia su trabajo, en uno los miles de días que pasó por allí, un fotógrafo la inmortalizó, en los años de la guerra.

Fue tan buena que merecía haber podido disfrutar más de la vida después de haberse jubilado. Vivió con nosotros la peor época, porque nuestra economía estaba en su peor momento, hicimos por ella lo que estaba en nuestra mano, para la época que era, acabó sus días comiendo papillas de cereales, y tomando la leche con una boquilla, en todo el año que pasó en la cama sin poder moverse. En sus últimos días apenas tenía lucidez, pero la recobró para rezar con toda su alma el día que vino el cura a darle la unción de los enfermos. Aquella mujer de piernas ligeras que sentía veneración por su madre, murió un mes de octubre, tan sencillamente como vivió. Y siempre pienso que me quería tanto, que siguió ayudándome desde la otra vida. 

Pilar Z. H.
AGOSTO 2004
Inspirado en los últimos años que mi tía vivió con nosotros

1 comentario:

  1. Gracias Mariví por haber puesto este relato de mi tía en tu blog. Eres una persona estupenda, te echaré de menos en el Facebook, si vuelves recuerda que soy tu amiga. un abrazo.

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