Fue una tarde
del tiempo azul de julio.
Con los brazos abiertos
me eché al aire, desnuda, desarmada,
invocando a la tierra
y al cielo luminoso,
con mi media docena de sentidos,
a Ponto, abandonados.
Hecha toda al latido del silencio,
voluntad de vivir sola entre lágrimas,
volé sufriendo y me encontré un presente:
el sol cayendo al agua
de la sabiduría.
Cegadora la luz de Kefalonia
y la sangre de Ulises
y el perfume de oro de Kavafis.
Todo pasó sin más mientras Apolo
me enseñaba los ojos de la noche
bajo el arco de plata.
Prisionera de amor,
luna de Argostoli,
divisando la aurora, fin dichoso,
solitario camino de la vida...
Nunca mis pies pisaran Itaca
pero estuve tan cerca...
Mariví Verdú, casi rozando Ítaca.
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